Marcando constelaciones a fuego en tu espalda, me deslizo por cada uno de tus poros, llenando de besos la sangre congelada que guardas bajo las cicatrices que recorren tu cuerpo.
La luz que emanan mis ojos cuando contemplo tu piel a oscuras es suficiente para llenar de calor tus huesos.
Grabo en mis retinas cada pequeña porción de tu ser infinito, como presionando los botones de una antigua máquina de escribir, diluyendo la tinta en lágrimas pasadas y escribiendo nuevos comienzos.
Que se apague el sol, que la luna deje de brillar en el firmamento, que se mueran todas las estrellas, que el aire se consuma en nuestros pulmones llenos de manchas de ceniza y humo, que se evapore en nuestras gargantas al respirar.
Ni aire, ni sol, ni luna, ni estrellas, que el brillo que producen nuestras almas al conectarse es suficiente para incendiar el mundo hasta reducirlo a cenizas, y convertirlas en el fuego del que nacen las mejores historias.